12.26.2009

Al parecer no te escucha, no te mira, simplemente no existes y esa ausencia ya es un comienzo…

A Elo.

Eva llego esa noche un poco aturdida, esas voces en su cabeza no paraban de decirle que él ya no estaba, que tendría que andar sola, sin saber por dónde, abandonada, abandonándose pues a la vida, putita. Entró al bar con la misma seguridad de siempre, erguida, fresca, insinuante; la música y la penumbra le proporcionaban un alivio a su alma indescriptible, se sentía libre.

Esa noche el azar ya la llevaba enredada, ahí estaba su toro, viril, sentado al fondo del apestoso bar, bebiendo cerveza y fumando su cigarrillo con esa peculiar manera de sujetarlo: el pulgar, el índice y el medio acercando obsesivamente las cenizas ardientes a la carne en sus manos, ella pensaba que lo hacían verse aun mas masculino, más dominante, el nisiquiera se daba cuenta.

Él no la miró, claro que notó su presencia, pero no la miró, la jugaba, se la jugaba al destino y se la jugaba a cualquiera y perderla no le importaba, estaría satisfecho si así fuera pero nunca admitiría que en realidad tendría que contenerse para no matar al que la tocara, claro que la quería pero no sabía demostrarlo, en la vida uno está limitado por todas partes, un tipo como el Toro no podía haber tenido tanta suerte al nacer, no había manera en que fuera posible que compensara su animalidad pasional y arrojada con la sutileza del deseo de tinte épico. Eva se detuvo y puteo con todos, pero lo hacía para él, y él lo notaba, no había manera en que hicieran algo sin que el otro notara las partes de actuar que le correspondían, y fue ahí que su belleza llamó la atención, la tomaron sin que quisiera, la tomaron sin que lo deseara completamente, se le atravesó un hombre de repente y ella no dejaba de pensar en el Toro, y tan no dejaba de pensar en él que no dejó de observarlo mientras se la llevaban, en cambio él nunca volteo, no quería mancharse las manos de sangre una vez más, no por ella.

A Eva se la llevaron a cualquier lugar, lo importante es por qué se la llevaron, se la llevó un infeliz, otro abundante desgraciado para lamerle el aroma y que lo distrajera de su miseria, eso tienen las mujeres, pueden ser estúpidas o distantes, pero una vez que se deciden a amar, hay que estar ahí para ver las cosas de las que son capaces. Eva usaba una larga falda color negro, con un desgastado holán color crema, nada sutil, pero su belleza desbordaba la tela, todos eran consientes de su vestir de ruina, pero su belleza se burlaba de lo innecesario de sus ropas que siempre al momento del amor se quedaban en el suelo despreciadas, echándose a perder. El pobre infeliz que recién se había salvado de ser muerto a manos del Toro, se estaba dando cuenta de las ropas de Eva. Ya por debajo de la falda negra, le acariciaba las perfectas piernas que techaban sus medias claras, humedas y con el aroma de su alma, de cuando se le antojaba tirarse de lomos y que tipos como el Toro, que nunca se había decidido a amarla en egoísmo, convidaban de su carne para ponerle cara de gozo, ese vulnerable rostro que ponen las mujeres como Eva, ese rostro de miles de veces para saber que es el momento de acariciar un milagro por la miseria de la que te aleja, de la que con algunos esfuerzos uno pude obtener algo bueno. Eva ya tenía la carne del desgraciado entre las piernas, pero seguía pensando en el Toro, pensaba en la primera vez que lo amo, recordaba extasiada cómo bañó su enorme apéndice de su falsa sangre de primeriza, y recordaba que ese día celebraba que había nacido, pero aun así no se lo dijo, nadie sabía, nadie preguntaba nunca. Recordaba también la pequeña habitación con media luna en el marco de la puerta de más de dos metros, cómo acariciaba sabanas ensangrentadas y el palpitar de sus muslos bañados de licor, licor de Toro. Una pequeña habitación enmarcada por calles de polvo, sembrada en el pequeño pueblo encargado de arruinarles la existencia. La habitación, la de la primera vez, asimétrica, los bordes de la cama imposible sin poderse centrar, el cuarto de baño plagado de artefactos imposibles de ocultar su vejez, pero ahí, Eva se paseaba en ese recuerdo feliz en la idea de sentir ese amor tibio lamiéndole la espalda a manera de gotas.

Confundiendo sus muslos con los de ella y buscando e imaginando situaciones de un porvenir imposible. El pobre desgraciado candidato a ser asesinado por el Toro, seguía agonizando en el abismo húmedo de Eva, no terminaba de acariciar su carne; ella, rendida, no dejaba de pensar en el Toro, lo deseaba, a la vez que le producía desprecio por permitirle continuar sentada en la incertidumbre, que fuera otro el que escuchara los murmullos que estaban destinados para él. Eva palpó al desgraciado, le pareció ingrato que inclusive así se le ocurriera comparar al Toro, que le pareciera que el Toro era inigualable.

De repente, arrepentida entendía los detalles de su acto de soberbia, de pretender ser la única que él amase, de pretender encerrarlo en la prisión obscura de su solo pensamiento. Para cuando culminó su locura ardiente, también la del pobre desgraciado, Eva no sintió placer, se quedo con ganas de rasgarle la espalda al no sentir esa sensación de desmayo que el Toro le provocaba, de doblarse y saberse segura en sus toscas manos, muriéndose falsamente con esa sonrisa, de no entender por qué en esos momentos él no se detenía, cuando su intención era agradecerle, demostrarle que por un momento no estuvo ahí, que le había permitido una vez más vivir el milagro de su ruina existencia de mujer y de sus tantas tardes sin felicidad.

Salió a la calle, consciente de que nunca volvería a verse en los ojos del fugaz e insignificante hombre con quien había estado. Sentía desesperación y tenía la intención de buscarlo, de decirle que era a él a quien deseaba. No había manera de detenerla en su soberbia, sabia donde encontrarlo y se dirigió ansiosamente.
Llegó, miró desde fuera la horrible construcción y entendió entonces que inclusive muriendo a su lado distaría mucho de ser feliz, pero sabía también que era, de entre todas, la mejor de las opciones con las que la vida la había dotado. No llamó a la puerta, cuando entró, el Toro estaba desnudo y su enorme apéndice no intento evitar su emoción por verla regresar, ella, sin pensarlo, dejó caer sus bragas al suelo, también sin pensarlo, el Toro la tomo bruscamente por su delicada espalda y la arrojó con violencia al camastro, detrás de sí cerró de un violento golpe la agonizante puerta, ella lo esperaba acariciándose las piernas mientras se ofrecía. Eva había logrado vivir un día más sin que el Toro matara a nadie por el inmenso amor que sentía por ella…

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